Resulta habitual ver artículos en la prensa que hablan de una década perdida en las Universidades españolas. No cabe duda de que la caída en picado de la financiación como consecuencia de la crisis y la predominancia de valores conservadores o claramente regresivos, que priorizan aspectos y ámbitos por encima de la educación y la generación del conocimiento, han contribuido a consolidar un escenario que tiende a la desolación y refuerza el desencanto. La estructura y contenidos de los planes de estudios oscilan a bandazos, lo que obliga a mover las ideas de sitio cuando aún no han madurado. Las tasas académicas han subido, las becas se han reducido y las condiciones de acceso se han endurecido, lo que ha supuesto el abandono de una parte del alumnado –obviamente la de origen social económicamente más débil– a abandonar los estudios. Las plantillas de profesorado se han reducido y han envejecido, lo que unido a una invasión burocrática sin sentido disminuye aún más el tiempo que el personal docente e investigador dedica a sus misiones esenciales. Finalmente, una o dos generaciones de investigadores, tras haberse formado, como les correspondía, en centros lejanos, deambulan por el limbo de un futuro incierto, sin que la sociedad pueda beneficiarse de su formación y experiencia.
En este contexto, tal vez más que nunca, se hace necesaria una reflexión sobre el papel de las Universidades en las sociedades actuales, aceleradas y globalizadas, sobre su responsabilidad en la formación de una ciudadanía crítica y comprometida con los valores progresistas, sobre la organización estructural y los procedimientos de gobierno para promover una investigación científica de calidad en todos los ámbitos del saber, no sólo basada en la relevancia de la aplicabilidad de sus resultados en los planos materiales y económicos, sino también en su papel de promoción y consecución del bien común.
Es evidente que el debate podría enfocarse –con el riesgo de perderse en ese viaje, en el corto plazo– hacia la confrontación de posiciones y modelos ideológicos. En ese sentido, las cuestiones debatibles son muchas: investigación académica versus investigación instrumental, objetivos de la ciencia, equilibrio entre la generación de conocimiento y su transferencia, etc. Probablemente una tarea ineludible de las Universidades es mantener ese debate activo de forma permanente, encontrar respuestas, avanzar en su aplicación y utilizarlas para generar nuevas preguntas. El objetivo de esta mesa redonda es, lógicamente, más inmediato y más modesto. Se trata de iniciar la construcción de un foro en el que tratemos de identificar los objetivos que deberíamos perseguir en los próximos años, los problemas que debemos afrontar sin dilación, y los procesos a través de los cuales las propias Universidades podrían participar en la búsqueda de soluciones.
Temas para el debate
Sin que la siguiente relación pretenda cubrir todos los aspectos del debate –de hecho, se trata de iniciarlo, alimentarlo y darle recorrido–, ni que su ordenación implique jerarquía alguna, éstos podrían ser algunos de los temas que podemos abordar durante el desarrollo de la mesa redonda.
Éstas y otras preguntas –y hay muchas más que se deben incorporar a la lista– están encima de la mesa, y la búsqueda de respuestas –al margen del papel de los poderes públicos– es una responsabilidad de las propias Universidades, y por ello animamos a afrontarlas con rigor.