Tina Suárez Rojas (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) - Licenciada en Filología Hispánica y profesora de Lengua Castellana y Literatura - es autora de Huellas de Gorgona, Pronóstico reservado, Una mujer anda suelta, Que me corten la cabeza, El principio activo de la oblicuidad, La voz tomada, Los ponientes, Las cosas no tienen mamá, Blas y Catalina tras el Genio de la Ciencia, Brevísima relación de la destrucción de June Evon, Delirografías de un pequeño Dios, Así habló Sara Trasto, Mi corazón es un cubo de Rubik desordenado y Yo amaba a Toshiro Mifune.
Ha sido galardonada con el Premio de Poesía “Tomás Morales” (1996), el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Las Palmas” (1997), el Premio Internacional de Poesía “Gabriel Celaya” (1999), el Premio “Carmen Conde” de Poesía (2002) y el Premio Internacional de Poesía “Odón Betanzos” (2004).
Desde el vengo hasta (o hacia) el voy:
Hallazgos tautogramáticos en la poesía de Pedro García Cabrera.
Tina Suárez Rojas
En el siglo XVII aparece Primus Calamus de Juan Caramuel de Lobkowitz y a él le debemos el concepto de metamétrica, aplicable a esas prácticas poemáticas basadas en permutaciones supralingüísticas que incluyen acrósticos, acrónimos, palíndromos, caligramas, anagramas y también tautogramas. Los tautogramas forman parte de los llamados artificios de repetición, en este caso el elemento lingüístico que se repite es siempre la letra inicial de las palabras que integran los versos, una repetición vocálica o consonántica, sin que esto pueda hacerse extensible –por razones de rigor expresivo- a preposiciones, conjunciones et alii. Bueno es recordar que el ejercicio tautogramático ya era conocido por griegos y romanos, aunque fue en las poéticas del Medievo en las que quedó acuñado por primera vez el término con la ayuda de los étimos helenos (tauto- «el mismo» y –grama «letra» o «dibujo»). Esa repetición de la letra inicial en cada palabra implica, tanto en la lectura silenciosa como en la sonora, una cierta cadencia prosódica en los versos, de ahí que también adquieran valor el ritmo y el tempo del poema. Si aludimos a la tradición literaria española es imposible no citar a ese gran especialista en malabarismos ludolingüísticos que fue Quevedo y su célebre soneto tautogramático Celebra a una dama poeta llamada Antonia inspirado en la vocal a-, o siglos después, aquella jocosa Carta de la eme de la irrepetible Gloria Fuertes. Pero no es nuestra intención demorarnos en las agudezas de los predecesores sino traer a la poesía escrita en Canarias esa idea a la que aludíamos anteriormente: la poesía como obra de lenguaje, de experimentación lingüística, de ludus idiomático. En el año 2015 y siguiendo la estela de esta esmerada y rigurosa ludopoesía concebida como ejercicio lingüístico de hechuras metamétricas, el poeta grancanario Federico J. Silva (1963) sacó a la luz un completo corpus poemático de tautogramas bajo el título de Palabrota poeta, aunque según declaraciones del autor, no supo de los textos de Desde el vengo hasta (o hacia) el voy (1979- 1980) sino posteriormente, después de escrito su poemario. Lo cierto es que son muchos los lectores que se sorprenden ante este chispeante hallazgo en la trayectoria literaria de García Cabrera: de los nueve poemas que integran ese breve libro arriba aludido, en siete de ellos el poeta gomero da muestra del ars combinatoria a la que hacía referencia Juan Caramuel: por medio de una concienzuda manipulación del elemento lingüístico evidenciado en el juego tautogramático de palabras que comienzan por las siete primeras letras del abecedario (incluido también como consonante inicial el dígrafo ch-) el poeta se ejercita en la naturaleza viva del lenguaje y en su fabulosa capacidad de transformación descoyuntando la sintaxis y complaciéndose en fórmulas agramaticales, sin obviar la creación de neologismos por composición (atrapaduendes, blanquiopacas…) y la presencia, en el nivel léxico, de canarismos tales como cachimba, fotingo, falúa, frangollo… Este afán de subversión traspasa además la epidermis escritural, pues es manifiesta la audacia visual y plástica de las metáforas que se suceden verso tras verso, imágenes cuyas raíces nacen de la estética surrealista –no exenta de sus pertinentes irreverencias- que Pedro García Cabrera conocía a la perfección y que van –por dar una mínima muestra de lo expuesto hasta ahora- desde: Un buzo bufanda de blasfemias (tautograma de la f-) y un Congreso de comadres Celestinas (tautograma de la c-), hasta Chinchetas churrichurri (tautograma del dígrafo ch-), pasando por las bacantes de los bikines bronceados (tautograma de la b-), para concluir follando flanes y furando folas (tautograma de la f-). La intención de este escueto artículo no es más que la de incidir en la ya reconocida excelencia de Pedro García Cabrera. Se trata de un autor no solo de sustancia poética, de tono poético, sino también de materia, esto es, de técnica y estética. En eso consiste precisamente el proyecto libérrimo de la poesía -en palabras de Gonzalo Rojas- y ese proyecto, arriesgado y sin embargo hermoso, es el que define en su totalidad la obra de nuestro poeta.